AVIADOR EN PELIGRO

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17.30 HORAS

Estábamos a punto de tomar los coches para emprender el regreso, cuando la aparición de un aeroplano francés, que volaba toda marcha hacia las líneas enemigas, ha venido a retardarnos. Éste es uno de los espectáculos que nunca fatigan. Aun después de contemplarlo mil veces, el vuelo de un hombre confiado a la frágil estabilidad de un aparato tan simple tiene algo de nuevo y de maravilloso. Nos detuvimos y alzamos los ojos al cielo. La lluvia se dispersaba en un tenue rocío, salpicándonos el rostro de polvo acuoso. El aire estaba cargado de brumas y el aeroplano flotaba entre sus giros lechosos, desapareciendo y asomando a intervalos.

Apenas la navecilla hubo pasado por encima de nuestras cabezas, comenzaron a resonar estampidos lejanos. Eran las baterías enemigas que habían descubierto al aviador, y procuraban cazarlo como se caza un pájaro. Sobre el fondo apagado del cielo brotaron enseguida humaredas compactas, pequeñas, alrededor del aeroplano. Eran blancas o pardas, muy densas, y destacaban de improviso, aquí y allá, formando una corona flotante que se desvanecía paulatinamente, mientras brotaba otra más lejos, siguiendo la marcha de la navecilla. A cada una de las humaredas sucedía un estallido vago, diluido en la inmensidad del espacio como el trueno sordo de un cohete sin llama. Y nosotros asistíamos desde lejos a este juego de luz y sonido, muy interesados pero nada intranquilos, lo mismo que si se tratara únicamente de un artificio. ¿Podrá escaparse? ¿Le cazarán?

Pronto las humaredas han ido estrechándose en torno del aeroplano. A distancia, parecía que algunas de ellas le rozaban y envolvían. ¡Ya está, ya está cogido! La granada próxima va a alcanzarle en pleno vuelo y a derribarlo vertiginosamente de la altura. Un deseo vago pero insano —de espectador que sólo atiende a la emoción suprema- nos asalta sin quererlo.

La navecilla se burlaba de enemigos y de espectadores. No ha hecho más que dejarse caer de lo alto, descender un poco y continuar volando. De momento, ha parecido que acababan de herirla y que desfallecía. Pero se recobró enseguida y prosiguió su vuelo, mientras las baterías -desconcertadas por la maniobra- continuaban arrojando inútilmente sus proyectiles en la zona desierta que el pájaro acababa de abandonar con burlona soltura.

Ha pasado algún tiempo antes de que los cañones del enemigo pudieran modificar su puntería. El aeroplano seguía tranquilamente su marcha. Cuando las humaredas de los proyectiles volvieron a cercarle, el aviador se elevó de nuevo. Y así, bajando cuando sus cazadores subían y subiendo cuando éstos bajaban, el aeroplano se ha perdido en la bruma, ligero, tranquilo, sin hacer más caso del bombardeo que un ave perseguida por muchachos armados de escopetas de caña.

 Gaziel (Agustí Calvet, 1887-1964), En las trincheras.

Agustí Calvet Pasual, Gaziel, nació en Sant Feliú de Guíxols, Gerona, en 1887 y murió en Barcelona en 1964. Se doctoró en Filosofía y Letras y fue amigo en Madrid de grandes personalidades de la época, como Valle-Inclán, Galdós y Unamuno. Inició su carrera como periodista en revistas catalanas y trabajó en el Institut d’Estudis Catalans. En París vivió el estallido de la Gran Guerra, sobre la que publicó sus crónicas en La Veu y La Vanguardia. Estos escritos fueron muy leídos en España y lo hicieron muy popular. Entre 1920 y 1936 se convirtió en el periodista político más admirado y en el líder de opinión de la burguesía liberal y democrática escribiendo en castellano en La Vanguardia. Al estallar la Guerra Civil se exilió. Cuando regresó a España, en 1940, acuciado por el avance nazi en Europa, fue procesado y absuelto por las autoridades franquistas. Se estableció en Madrid, donde dirigió la editorial Plus Ultra, y comenzó a escribir en catalán libros de memorias y de viajes. Tras su muerte y durante más de treinta años, su obra experimentó un cierto olvido, atribuible a que había resultado un personaje incómodo tanto para el franquismo como, luego, para el nacionalismo catalán. En 2009 la editorial Diëresis empieza a recuperar sus obras como cronista de la I Guerra Mundial, primero con En las trincheras y, en 2013, con Diario de un estudiante. París 1914.

Rafael Jiménez Álvarez ha elegido el texto de esta semana. Así nos explica su elección:

El relato, o pequeña crónica, se titula «Aviador en peligro» y forma parte de un libro titulado En las trincheras, de un periodista español, de seudónimo Gaziel, que fue corresponsal en la Primera Guerra Mundial. Lo he elegido porque este año se conmemora el primer siglo del comienzo de la Gran Guerra. También porque, dentro de la tremenda tragedia, este episodio da un toque de alegría e incluso humor. Porque, afortunadamente, la vida, incluso en los peores momentos, puede hacernos sonreír y olvidar nuestras miserias.

En el siguiente vídeo tenéis una explicación clara y resumida de la I Guerra Mundial:

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Una respuesta a AVIADOR EN PELIGRO

  1. David Ocaña dijo:

    Reblogueó esto en Recursos del aulay comentado:
    «Reblogueo» esta entrada de un blog amigo sobre la I Guerra Mundial que me ha parecido interesante y entretenida.

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