EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO

Alberto Rubio nos propone esta semana dos textos de Marcel Proust y así nos explica su elección:

Se acaba de cumplir un siglo de la aparición, el 14 de noviembre de 1913, del primer tomo de la obra de Marcel Proust En busca del tiempo perdido. Los gastos de publicación hubieron de correr a cargo del autor, después de que André Gide, en uno de los más famosos errores de juicio literario de la historia, lo rechazara en nombre de la prestigiosa editorial Gallimard. Hoy pocos pondrían en duda el valor de la obra de Proust, su belleza literaria, la agudeza de sus análisis de los mecanismos sociales y psicológicos y  la profundidad de sus consideraciones morales, estéticas y filosóficas.

             He seleccionado dos textos. En el primero, perteneciente a La Prisionera, el narrador asiste a un concierto en un salón de la burguesía y reflexiona sobre la capacidad del arte, especialmente la música, para comunicar la realidad esencial y más valiosa, inexpresable a través del lenguaje, todo aquello de lo que, en palabras de Wittgenstein, “no se puede hablar” y que es lo único que de verdad importa.

La frase con que acababa de terminar el andante era de una ternura a la que yo me entregué por entero; antes del movimiento siguiente hubo un momento de descanso en el que los ejecutantes dejaron sus instrumentos y los oyentes intercambiaron impresiones. Un duque, para demostrar que era entendido, dijo: “Es muy difícil tocar el violín”. Algunas personas más agradables hablaron un momento conmigo. Pero ¿qué eran sus palabras, que, como toda palabra humana exterior, me dejaban tan indiferente, al lado de la celestial frase musical con la que yo acababa de hablar? Yo era verdaderamente como un ángel que, arrojado de las delicias del paraíso, cae en la más insignificante realidad. Y así como algunos seres son los últimos testigos de una forma de vida que la naturaleza ha abandonado, me preguntaba si no sería la música el ejemplo único de lo que hubiera podido ser la comunicación de las almas de no haberse inventado el lenguaje, la formación de las palabras, el análisis de las ideas. La música es como una posibilidad que no se ha realizado; la humanidad ha tomado otros caminos, el del lenguaje hablado y escrito. Pero este retorno a lo no analizado era tan fascinante que, al salir de tal paraíso, el contacto con los seres más o menos inteligentes me parecía de una insignificancia extraordinaria.”

                                                                                               MARCEL PROUST, La prisionera.

 El segundo texto es una muestra del modo en que se expresa la emoción en Proust. El narrador y su abuela retornan precipitadamente de un paseo por los Campos Elíseos, durante el que la anciana señora ha sufrido un ataque de la enfermedad que en breve acabará con ella. La contención y la delicadeza de los tres personajes implicados, el narrador, su madre y su abuela, intensifica la emoción de todo el pasaje con una eficacia superior a la de las más enfáticas efusiones de una escena de Dostoievski. 

           “Declinaba el sol; inflamaba una interminable tapia que nuestro coche tenía que bordear antes de llegar a la calle en que vivíamos, tapia sobre la cual la sombra, proyectada por el poniente, del caballo y del carruaje, se destacaba en negro sobre el fondo rojizo, como un carro fúnebre en una terracota de Pompeya. Por fin llegamos. Hice sentarse a la enferma al pie de la escalera, en el vestíbulo, y subí a preparar a mi madre. Le dije que mi abuela volvía un poco indispuesta, que había tenido un mareo. Desde mis primeras palabras el semblante de mi madre llegó al paroxismo de una desesperación tan resignada ya, sin embargo, que comprendí que desde hacía muchos años lo tenía todo dispuesto dentro de sí para un día incierto y final. Nada me preguntó; parecía que, así como la perversidad gusta de exagerar los sufrimientos ajenos, ella, por ternura, no quisiera admitir que su madre estuviese muy grave, sobre todo de una enfermedad que puede afectar a la inteligencia. Mamá temblaba, su rostro lloraba sin lágrimas, corrió a decir que fuesen a buscar al médico; pero como Francisca preguntase quién estaba malo, no pudo responder; la voz se detuvo en su garganta. Bajó corriendo conmigo, borrando de su rostro el sollozo que lo fruncía. Mi abuela esperaba abajo, en el canapé del vestíbulo; pero en cuanto nos oyó se irguió, se sostuvo en pie, hizo a mamá alegres señas con la mano. Yo le había medio envuelto la cabeza en una mantilla de encajes blancos, diciéndole que era para que no tuviese frío en la escalera. No quería que mi madre echara de ver demasiado la alteración del semblante, la desviación de la boca; mi precaución era inútil: mi madre se acercó a la abuela, besó su mano como la de su Dios, la sostuvo, la solivió hasta el ascensor, con precauciones infinitas en que había, junto al temor de ser torpe y hacerle daño, la humildad del que se siente indigno de tocar lo más precioso que conoce; pero ni una vez alzó los ojos ni miró a la cara a la enferma. Quizá fue porque esta no se entristeciese pensando que su aspecto había podido sobresaltar a su hija. Acaso por miedo a un dolor demasiado fuerte que no se atrevió a afrontar. Tal vez por respeto, porque no creía que le estuviese permitido sin impiedad comprobar la huella de algún desfallecimiento intelectual en el rostro venerado. Quizá por mejor conservar más tarde intacta la imagen del verdadero rostro de su madre, radiante de inteligencia y bondad. Así subieron la una junto a la otra, mi abuela semiescondida en su mantilla, mi madre volviendo a otra parte los ojos.”

                                                                            MARCEL PROUST, El mundo de Guermantes

proust

Marcel Proust nació en París en 1871 y murió en 1922. A los nueve años enfermó de asma, por lo que creció con los constantes cuidados de su madre. Inteligente y brillante, estudió en La Sorbona Ciencias Políticas. Su éxito literario lo llevó a una vida mundana, aunque en su opinión la obra literaria era fruto de “la oscuridad y el silencio”. Publicó en 1896 Los placeres y los días, colección de relatos y ensayos y en 1904 su obra autobiográfica Jean Santeuil. La muerte de su madre lo hizo sentirse solo y enfermo. En esa época comenzó su ciclo novelesco En busca del tiempo perdido, que concibió como la historia de su vocación literaria. Para escribirla se encerró aislado de la sociedad. El primer libro de este ciclo se tituló Por el camino de Swann (1913), cuya publicación debió costearse él mismo. Siguió A la sombra de las muchachas en flor (1918), que recibió el Premio Goncourt. Su hermano publicó los últimos volúmenes tras la muerte del escritor. La estructura de la obra es comparable a una catedral gótica, la reconstrucción de una vida, a través de la “memoria involuntaria”, única capaz de devolvernos el pasado como una presencia física, sensible (recuérdese el famoso episodio de la magdalena, cuyo sabor hace renacer ante el protagonista una época pasada de su vida). La prosa es lenta, detallista y con periodos larguísimos, laberínticos. En busca del tiempo perdido es un hito fundamental en la literatura contemporánea.

Si os interesa, podéis conocer más sobre Proust viendo el siguiente reportaje (en francés, con subtítulos en castellano):

http://www.youtube.com/watch?v=MTQpFzhu-LA

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Una respuesta a EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO

  1. buensuceso dijo:

    Recientemente, creo que la semana pasada se centraron en este escritor, para celebrar el centenario de la publicación de esta obra. Como siempre algo aprendemos o recordamos y ha sido para mi una agradable noticia verlo presentado también en la pausa semanal por uno de nuestros mejores eruditos como es el caso de nuestro compañero Alberto. Felicitaciones.

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